martes, 15 de junio de 2010

Trabajar la mirada

A lo largo de la historia las sociedades han ido evolucionando gracias al contacto de unas culturas con otras, por lo que a la hora de hablar sobre inmigración, hay que partir de la premisa de que diversidad cultural es siempre oportunidad para enriquecernos mutuamente.

Actualmente fruto de la inmigración, España se ha convertido en un lugar de encuentro de culturas, y por lo tanto la realidad de nuestras ciudades y barrios está cambiando. En las grandes ciudades como Madrid, Barcelona o zonas litorales del país donde la actividad económica es mayor, el encuentro con personas de diferentes nacionalidades es algo frecuente. Sin embargo, en zonas como Castilla y León es una realidad a la que estamos menos acostumbrados, pero que está empezando a hacerse más visible en estos últimos años y que nos está planteando nuevos retos de convivencia.
Desde mi propia experiencia en este ámbito, a día de hoy la imagen social de la inmigración a pesar de haber mejorado, se encuentra avanzando más apresuradamente hacia un etiquetamiento negativo, puesto que seguimos guiándonos por nuestras percepciones equivocadas y cayendo en los estereotipos, lo que se traduce finalmente en actitudes de rechazo o discriminación. Estas siguen siendo las mayores barreras, las que se encuentran en nuestra mente, y que se perciben frente al miedo a lo desconocido y a la necesidad de competir por la supervivencia ante la mala distribución de los recursos, incrementándose en estos tiempos de crisis.

En general, parece darse una conciencia colectiva de que el color de la piel, la apariencia cultural o procedencia, no define la manera de ser y actuar de la persona, pero sin embargo se sigue cayendo en el prejuicio, es decir, en opiniones sin fundamento ni conocimiento previo de la persona inmigrante en su individualidad. Además pese a ser conscientes de que no existen culturas inferiores ni superiores, y de que debemos llegar a tener buenas relaciones de ciudadanía, a menudo esto es aceptable siempre y cuando no nos repercuta y se mantenga cierta prioridad con la población nacional. De la misma forma, también hay una tendencia a aceptar a las personas inmigrantes en función de nuestros intereses, en cuanto a trabajadoras, pero no en cuanto a ciudadanas con los mismos derechos y deberes. No hay problema si trabajan para el campo o cuidan de la población mayor, pero nos incomoda cuando ocupan los parques del barrio o si viven a nuestro lado.

Es evidente por ello, que seguimos necesitando trabajar “la mirada” tanto de la población de acogida como de la de llegada, para ser capaces de percibir que la inmigración a pesar de ser fruto de las desigualdades que los propios seres humanos hemos generado, nos está dando la oportunidad de construir una única civilización que rompa barreras, que una horizontes, basada en el encuentro intercultural, en el intercambio de costumbres, tradiciones, religiones, formas de vida, etc. donde podamos entender la necesidad de interdependencia de todas las culturas y crear una identidad viva, justa y digna para toda persona.

Mayte Pedroso Martín, Trabajadora Social de ASOMI (Asociación de Mediación Intercultural)

3 comentarios:

  1. Una buena amiga ha querido contribuir a No son noticia con esta aportación. Ojalá seamos capaces de hacernos con esa nueva mirada

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  2. Es buena la teoría, falta cómo ponerla en práctica. Yo no tengo la mirada viciada, creo, y no veo ningún problema en convivir con personas (en mi mismo bloque) de senegal, marruecos, colombia o china. Sin embargo, las posibilidades de intercambio cultural son más bien pocas, por ellos y por nosotros, pero lo mismo me pasa con los vecinos españoles tradicionales.
    Creo que cada vez estamos más cerrados en nuestro círculo más íntimo.

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  3. Es cierto lo que dices acerca de nuestro círculo. No podemos esperar receptividad ante quien viene de otro país cuando nos cuesta sintonizar incluso con las personas más cercanas

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